El desarrollo juvenil en el fútbol peruano

Creo que la gran mayoría de personas que pertenecen al “mundo fútbol” son conscientes de la cantidad de falencias que se pueden encontrar en su desarrollo. La lista es larga y seguramente no todos enumerarían en el mismo orden cada una de estas carencias.

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De lo que estoy absolutamente convencido es que de ninguna manera alguien con un mínimo conocimiento futbolero podría dejar al margen el pobre crecimiento juvenil que tenemos.

Históricamente, Perú ha ido de fracaso en fracaso a nivel formativo. Salvo alguna excepción, la tendencia negativa se mantiene con el correr del tiempo. Los números no mienten y la estadística nos marca que nunca hemos podido clasificar a un Mundial sub-20, mientras que en el nivel sub-17 tenemos dos participaciones: la de los “Jotitas” y la del año 2005, que fuimos invitados como organizadores del torneo.

Sin ir tan lejos este año se jugaron los Sudamericanos de ambas categorías y en los dos terminamos últimos: sin puntos en la sub-20 y con una sola unidad en el caso de la sub-17. Registros pobrísimos que nos hacen imaginar un futuro no muy alentador a nivel selección.

Personalmente, me niego a pensar que estos resultados se deben a falta de talento. Tal vez no tengamos a los futbolistas más talentosos del continente, pero dudo mucho que seamos los últimos en ese rubro. Más aún cuando a nivel internacional siempre se ha destacado al jugador peruano por su técnica y habilidad. Entonces, ¿cuál el problema?

No creo que sea un solo problema, pero creo que la raíz del mismo radica principalmente en la mentalidad de los dirigentes que siguen viendo al fútbol formativo como un gasto y no como una inversión.

En el fútbol peruano, lamentablemente, los juveniles son la ultima rueda del coche. Los clubes se centran en comprar jugadores en lugar de formarlos para después venderlos. Claro el proceso formativo no es inmediato, los resultados se ven a mediano o largo plazo, y eso es difícil de hacérselo entender a quienes buscan el resultado hoy para mantenerse lo más arriba posible en la pirámide de poder. 

En nuestro continente podemos encontrar ejemplos donde los clubes sostienen su economía a través de la venta de jugadores, y no solo estoy hablando de Brasil o Argentina. El caso más cercano que conozco es el de la liga uruguaya, la cual económicamente esta por debajo de la nuestra. A excepción de Nacional y Peñarol los equipos uruguayos suelen pagar sueldos inferiores a la gran mayoría de los de la Liga1, lo cual explica la enorme cantidad de futbolistas charrúas que hay regados en ligas como la nuestra y cercanas.

Esta pobre situación monetaria obliga a los clubes a autoabastecerse económicamente y la mejor manera de lograrlo es a través de la venta de los futbolistas. Antes la formación se la dejaban a Nacional y Peñarol, hasta que los equipos se dieron cuenta que lo único que lograban con eso era ampliar la brecha económica que existía.

Por tal motivo decidieron cambiar su visión y empezar a invertir en formar para después vender. Es por eso que hoy vemos a equipos como Fénix o Boston River, que producen jugadores como Manuel Ugarte o Ronald Araujo, respectivamente. Como también es el caso de Luciano Rodríguez, la joya del futbol uruguayo, formado en Liverpool de Montevideo, autor del gol que consagro a los charrúas como campeones del mundo sub-20 este año, que esta tazado en 15 millones de dólares en el mercado internacional.

Mientras tanto aquí los clubes esperan que la unidad técnica de menores, encabezada por Chemo Del Solar, haga las visorias de captación en las distintas provincias del país y recién después hacer las gestiones correspondientes como institución y quedarse con alguno de esos chicos.

Es decir, como en el reino del revés, en nuestro fútbol la selección se tiene que encargar de buscar el talento para nutrir los clubes. Triste, pero cierto.